16 de noviembre de 2012

Diez formas de fracasar en prevención cardiovascular

Considerar enfermo sólo a quien padece síntomas

Equiparar síntomas a enfermedad expone a los enfermos a inadmisibles demoras diagnósticas y a
intervenciones tardías. Asumir que quien no padece un síntoma o no presentó un evento mayor no está enfermo es caer en las redes de nuestras propias definiciones y, ahogarnos enredados en ellas.

Considerar que dar órdenes es una estrategia comunicativa apropiada.

El cambio de hábitos es una necesidad básica en la prevención y el tratamiento de las enfermedades CV. Existen evidencias que demuestran claramente que el estilo imperativo o la mera transmisión de datos no garantiza modificaciones de la conducta. La creencia reduccionista que confunde información con educación o que imparte órdenes y luego considera paradójicos los pobres resultados obtenidos constituye un obstáculo muy grave para implementar programas preventivos eficaces.
La comunicación no está en la periferia, sino en el centro neurálgico de todo acto médico.

Considerar a sus pacientes responsables de sus hábitos de vida.

Dicho popular europeo.
La perspectiva “culpabilizadora” deposita sobre el individuo la responsabilidad total sobre sus hábitos. Las investigaciones provenientes de las ciencias sociales y del comportamiento indican –desde hace décadas- que la conducta de las personas es una construcción social y, por lo tanto, el producto de una historia, una pertenencia cultural y de los numerosos determinantes que operan en esta esfera.
La administración de culpas, la moralización del comportamiento, imponen a las personas una carga a menudo imposible de llevar. El estímulo, el soporte social en redes de pares, las acciones educativas
sostenidas, la participación de los grupos de pertenencia o las estrategias cognitivas son algunas de las metodologías posibles.


Considerar al modelo asistencial clásico apropiado para enfermedades crónicas.

Considerar que Ud. sabe todo lo necesario para resolver el problema.

Hay cuatro cegueras básicas que entorpecen la transformación de la mentalidad profesional que la actualidad reclama:
Ceguera a los límites de su conocimiento específico.
Ceguera a los saberes ajenos
Ceguera a todo cuanto no pueda reducir a sus esquemas de causalidad
Ceguera a las críticas extradisciplinarias
El reconocimiento de lo inacabado e incompleto de los saberes, su carácter provisorio y su replanteo crítico permanente son hoy un imperativo ético metodológico irrenunciable. Disciplinas como la enfermería, la asistencia social, la nutrición, la antropología, la sociología o la psicología no pueden quedar marginadas de las iniciativas de prevención cardiovascular.
Ignorarlas no sólo empobrece nuestros resultados sobre los pacientes, nos degrada como profesionales capturados en una ingenua ilusión omnipotente.


Considerar a la cultura y a las condiciones sociales como ajenas al tema.

Nadie podrá sostener recomendaciones desvinculadas de sus condiciones materiales de existencia
y del universo simbólico de valores en el que vive. Toda propuesta de acción está destinada a personas incluidas en un ambiente. No existen posibilidades de generar recomendaciones neutras o asépticas que no las tomen en cuenta. Nadie puede modificar lo que no ha identificado como problema, nadie puede transformar sus hábitos contra su historia o su cultura sin la ayuda imprescindible para construir nuevas redes
de sentido, nadie adherir a tratamientos a los que no puede acceder o a explicaciones que no logra comprender. 


Considerar a las enfermedades cardiovasculares como patologías del varón. 
Los rasgos clínicos y los patrones evolutivos típicos del varón no son los mismos que en la mujer. Estas particularidades hacen de las enfermedades CV en la mujer un tema con características específicas respecto de aspectos como: síntomas, modos de presentación, distribución por edades, evolución de los cuadros agudos, presencia de comorbilidades. No tener esto presente produce graves “efectos colaterales”: baja tasa de reconocimiento y admisión en unidades de cuidados intensivos, baja aplicación de procedimientos de diagnóstico y terapéuticas agresivas, etc. 

Considerar que rehabilitar es volver al estado previo a la enfermedad.

Considerar que la enfermedad consiste en la obstrucción al flujo sanguíneo. 
Es conocido el modo en que nuestras prácticas se derivan de las representaciones que construimos de los objetos de conocimiento. La “metáfora de la cañería” como modelo de enfermedad vascular responde a una idea rudimentaria basada en conceptos puramente hidrodinámicos. De este modo no resulta extraño que muchas veces no se considere enfermo a quien claramente lo está o se considere curado a quien
definitivamente no lo está. Resulta entonces más apropiado considera que la obstrucción no es la enfermedad, aunque represente un momento de extrema gravedad en su curso, y que la desobstrucción no es la curación, aunque represente un punto crucial como estrategia de tratamiento. 

La enfermedad es el conjunto de condiciones que hacen que la obstrucción ocurra y, la mayoría de las veces, esto no resulta modificado por lo procedimientos que restituyen el flujo de sangre en el
vaso obstruido. 

Considerar a la ateroesclerosis es una enfermedad regional y segmentaria
 

Numerosas investigaciones han acumulado evidencia suficiente como para afirmar la naturaleza “sistémica” de la enfermedad ateroesclerótica. La territorialidad del proceso vascular ha dejado de representarse como circunscripta al minúsculo espacio de la obstrucción segmentaria para pensarse en los términos de un nuevo paradigma que la concibe como trastorno generalizado de los endotelios vasculares concebidos
como órgano complejo. 


¿Qué riesgos implica sostener un abordaje segmentario de la ateroesclerosis? 

 
La falta de perspectiva sistémica, la ausencia de visión integral del paciente y la alarmante incomunicación entre especialidades son sólo algunos de los motivos que generan esta situación.